Son cuarenta años los que han transcurrido desde el mágico concierto de Woodstock. Esa pequeña dimensión de tiempo se ha engullido en el tobogán de la memoria miles y miles de vidas humanas, ha borrado fronteras de mapas geopolíticos, ha sofocado las oficinas de yuppies, ha enviado el amor a los catálogos, ha acelerado la compra de corbatas, ha limpiado los edificios de grafittis, ha puesto otra vez de moda la guerra en lugares lejanos y ha reducido al amor a su permanente exilio.
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